Ana Castro Santamaría
Este año celebramos el 500 aniversario de la muerte de Elio Antonio de Nebrija (Lebrija 1444- Alcalá de Henares 1522). Con este motivo, se están celebrando diversos acontecimientos culturales y científicos para homenajear a una de las figuras más universales de nuestra historia. Conocido sobre todo como gramático, su personalidad desborda estos estrechos límites y se nos presenta como un auténtico hombre del Renacimiento, con una formación itinerante por los centros del saber europeo más importantes del momento, incluidas las universidades de Salamanca, Bolonia y Alcalá de Henares.
Como gramático seguramente cosechó los éxitos editoriales más notables, tanto con sus diccionarios como con sus gramáticas, ortografías e incluso fonéticas. Fue un hito la primera gramática de una lengua vulgar, el castellano, impresa en un año tan crucial como 1492.
Hizo también recopilaciones, traducciones y comentarios de autores antiguos o coetáneos. Enseño gramática, retórica, elocuencia y poesía, y fue cronista real de los Reyes Católicos desde 1509, uno de los cargos más importantes que desempeñó. Incluso mucho antes de esta fecha pudo ser emblematista de los reyes, el inventor del mote “TANTO MONTA”, que se asociaría a las imágenes del yugo y las flechas, cuyas iniciales intercambiadas se referían a Fernando e Isabel, respectivamente.
Pero sus intereses tuvieron también una vertiente más científica: se ocupó sobre metrología y publicó sobre cosmografía. De hecho, varios investigadores han sostenido su posible intervención en la concepción intelectual del famoso “Cielo de Salamanca”, la bóveda astrológica que cubría la primitiva biblioteca de la universidad, una obra excepcional por sus dimensiones y por su temática, redescubierta a principios del siglo XX . El tema hoy en día está muy vivo y tenemos trabajos recientísimos sobre esta pintura mural, de la que sólo se conserva un tercio y que se suele atribuir a Fernando Gallego hacia 1488-1492. En ellos se trata de delimitar la mentoría intelectual, las fuentes gráficas, la ejecución material, la interpretación, pero también la restitución hipotética de lo perdido conforme a la disposición de los cielos en una fecha (discutida) de agosto del año 1475. Invitamos a nuestros lectores a revisar las Actas del último congreso del CEHA celebrado en Salamanca el año pasado, en donde se publican las aportaciones de Fernando Marías y Azucena Hernández, entre otros trabajos.
Además, Elio Antonio compartió intereses anticuarios con otros humanistas tempranos. Es decir, no sólo los textos sino también las huellas materiales de la Antigüedad clásica fueron objeto de sus investigaciones, lecciones universitarias, libros o poemas. Destacan las repetitiones De Mensuris, De Ponderibus y De Numeris, en las que revela su atracción por las monedas y las medidas romanas. Por ejemplo, averiguó la longitud del pie romano de manera empírica, midiendo la distancia entre dos miliarios en la Vía de la Plata, y prometió colocarlo en la entrada de la biblioteca universitaria salmantina, a imitación del pie romano que figuraba en el Capitolio de Roma, un deseo incumplido hasta el siglo XX.
En Salamanca ostentó la cátedra de Plinio, autor que le proporcionó una visión panorámica del arte de la Antigüedad clásica, que completó con el manejo de Vitruvio. Y probablemente él fuera de los primeros intelectuales hispanos que leyó el De re aedificatoria de Alberti, según se desprende de algunos de sus textos. Es muy posible que sendos ejemplares incunables de tan fundamental libro fueran adquiridos en las universidades de Salamanca y Alcalá por intermediación de Nebrija.
Todo ello estimularía su interés por las huellas de la Antigüedad que fue encontrando a lo largo de su periplo vital, desde su nacimiento en Lebrija, donde abundaban los restos arquitectónicos y escultóricos de época romana. Así, entre los Carmina que publica en Salamanca en 1491, uno de los poemas “anticuarios” lo dedica al puente de Alcántara (De Traiani Caesaris ponte) y en otro glorifica las ruinas de Mérida (De Emerita restituta). Hacia 1498 –aunque parece quedó inconcluso- editó un libro sobre las Antigüedades de España.
De los aspectos que más nos interesan de su figura fue la preocupación por su propia imagen y la difusión de la misma. La búsqueda de la fama póstuma empieza a ser una actitud compartida por muchos humanistas, pero también puede ser reflejo de la fascinación típicamente renacentista por la propia apariencia, que se consideraba expresión del carácter. No sabemos hasta qué punto estaría relacionado con un hábito que compartía con otros intelectuales del momento: entre los humanistas del Norte (Países Bajos, Alemania) fue habitual el encargo e intercambio de retratos, como una afirmación de la identidad individual, pero a la vez como manifestación de la conciencia de la pertenencia a un grupo social, el de los intelectuales. Este intercambio era un ejercicio de memoria y de emulación.
En el contexto español, Nebrija se nos presenta como un pionero también en este aspecto. Varios artistas llevaron a cabo su retrato, aunque ninguno nos ha llegado: el pintor Rincón y el el escultor Felipe Bigarny. Este último labra su retrato de perfil probablemente en 1509, haciendo pareja con el de su protector, el cardenal Cisneros. El uso de estos retratos parece que fue estrictamente privado, pues estuvieron en manos de los sucesores de Nebrija y después pasaron a ser propiedad de otro humanista, Alvar Gómez de Castro.
A partir del retrato de Bigarny, el maestro Antonio Ramiro de Écija cortó un medallón xilográfico que los hijos de Elio Antonio de Nebrija, Sancho y Sebastián, emplearían con profusión en la edición de sus obras, en su imprenta establecida en Granada, a partir de 1536. Entonces comenzaría la difusión pública de su imagen: la primera vez en el Dictionarium latino-español español-latino, y luego vendrían muchas más. Esta imagen en estricto perfil, imitando las medallas antiguas, en hábito académico –que incluye el bonete- y con la expresión madura y taciturna propia de los intelectuales, es la que se ha asentado en el imaginario popular y se ha venido repitiendo a lo largo de la historia, como veremos inmediatamente.
Otras imágenes que poseemos de él en textos impresos o manuscritos son más convencionales y no se pueden considerar retratos, pero ello no quiere decir que carezcan de interés. En este sentido, la más notable y conocida es la deliciosa miniatura de las Introductiones latinae, de hacia 1490-92, que se conserva en la Biblioteca Nacional de España y fue escrita para el último maestre de la Orden de Alcántara, D. Juan de Zúñiga y Pimentel, a quien vemos asistir a la lección del humanista Nebrija, auspiciado en su corte extremeña.
A veces su imagen se complementaba con poemas (como los que le hacen sus hijos Fabián y Sebastián acompañando a la primera aparición del retrato impreso) y con un enmarque de tipo arquitectónico que funcionaba a manera de frontispicio del libro. En este caso, la primera página quedaba constituida como un auténtico emblema, centrada en torno al medallón de Nebrija, acompañado por textos latinos y griegos que hacen alusión al bivium o encrucijada, a la elección evangélica entre el camino ancho de la perdición o el estrecho de la salvación. Para los humanistas, esta diatriba quedó resumida en la ‘Ypsilon o y griega, que fue adoptada por los hijos de Elio Antonio como marca de imprenta junto al versículo evangélico.
Tras su muerte, la imagen de Nebrija siguió presente en ediciones póstumas de sus obras, y además comenzó a formar parte de un género relativamente nuevo: las galerías de personajes ilustres. Esto sucedió muy pronto, en la galería de Paolo Giovio en Como, quien quiso incorporar a nuestro protagonista entre los hombres de letras, de un total de cuatrocientos ochenta y cuatro retratos de hombres ilustres que llegó a contener aquel museo. De este conjunto solo tenemos descripción literaria, que acabó publicándose primero sin ilustraciones y posteriormente con ellas.
De igual manera, tras su muerte empezó a formar parte del elenco de representantes de las diversas disciplinas del conocimiento, las Artes Liberales. Así, Nebrija aparecerá –junto con otros ilustres gramáticos de la historia- en los frescos de la Biblioteca de El Escorial, acompañando a la figura alegórica de la Gramática. Los pintores italianos Tibaldi y Carducho compusieron una auténtica “Capilla Sixtina” a la española en donde se ofrecía una imagen de la historia de la ciencia, un aspecto que tanto ocupó y preocupó al rey Felipe II.
En el siglo XVIII se proyectó utilizar su imagen en la decoración del Palacio Real de Madrid, en el que los Borbones pretendían legitimarse a través de una visión historicista por medio de un programa elaborado por fray Martín Sarmiento y del que formaría parte Nebrija. Sin embargo, muchos de los relieves escultóricos previstos no se llevaron a cabo, pero veremos cómo, más adelante, Fernando VII volvería a utilizar su figura como elemento legitimador de la monarquía, y así aparecía entre los medallones pintados en el arco efímero erigido con motivo de la entrada en Madrid de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, que llegaba a España para casarse con su tío Fernando en 1829.
El nacionalismo que impregna el siglo XIX convierte a Nebrija en una gloria nacional, un instrumento del orgullo patrio. Un importante precedente se halla en un proyecto de la Real Calcografía iniciado en 1791: la serie de los Retratos de los españoles ilustres, una ambiciosa colección de ciento catorce grabados con retratos y semblanzas de españoles destacados en todos los ámbitos. Con una finalidad de exaltación patriótica, a la vez revelaba una conciencia histórica muy propia de la mentalidad ilustrada. De hecho, hay una empresa similar impulsada por la misma Real Calcografía, que edita en 1816 una colección de grabados de ciento ocho varones ilustres entre los que también estaría Nebrija.
Además, Alcalá de Henares, donde acabó sus días como profesor universitario, le rinde tributo cuando el Ayuntamiento de la ciudad redecora en 1872 el salón principal con medallones en yeso de sus ciudadanos ilustres, entre ellos el del lebrijano.
Pero aún faltaba un monumento público que hiciera honor a su nombre. Por fin en 1892, en el Palacio de Museos, Archivo y Biblioteca Nacionales, hoy sede de la Biblioteca Nacional, el catalán Anselmo Nogués erige su gigantesca figura en la entrada, junto a la de otros escritores, componiendo una especie de Parnaso español.
Ya en el siglo XX, aquellas ciudades españolas que fueron cruciales en su biografía le homenajean de manera individualizada por medio de la escultura pública, muchas veces aprovechando –como hacemos ahora- algún aniversario importante de su vida o de su producción literaria. Veremos cómo la iconografía sigue inspirándose en el medallón xilográfico que tomó como modelo el retrato que le hizo Bigarny. Su pueblo natal, Lebrija, le dedicó en 1944, con motivo del centenario de su nacimiento, una escultura sedente en bronce, obra de José Lafita. Y Salamanca, ciudad a la que estaría vinculado durante más de veinte años -bien como estudiante, bien como profesor-, encargaría al escultor Pablo Serrano a principios de los años 80 un monumento en bronce, actualmente situado frente a la Facultad de Ciencias, con un lenguaje que combina figuración y abstracción. Y también figura en uno de los medallones que quedaron sin labrar en la Plaza Mayor, y que se fueron completando a lo largo del siglo XX para honrar a personajes históricos vinculados a la ciudad. El de Nebrija fue abierto en 1992 por Óscar Alvariño.
El más reciente homenaje material tiene apenas unos días: el pasado 5 de julio, día en que su cuerpo fue sepultado en la capilla del colegio de San Ildefonso, la Universidad de Alcalá de Henares ha restituido el epitafio que Alvar Gómez de Castro redactó, pero que nunca se llegó a colocar: Ossa negant hominem, sed pro virtute labores | laus aeterna, negant hunc potuisse mori. | Beticus hic situs est, iacet hoc Nebrissa sepulchro, | hic latitant Musae, Rhetoricemque premunt, es decir, “Los huesos niegan al hombre, pero sus trabajos en pro de la virtud, | gloria eterna, niegan que este haya podido morir. | Aquí reposa nuestro bético, yace Nebrija en este sepulcro, | Aquí están escondidas las Musas y confinada la Retórica”.